Sinn Féin amigos en Argentina

sábado, 12 de diciembre de 2009

FASCISTAS NO PASARAN!!


NI UN PASO ATRÁS!!


A LA POLITICA REPRESIVA FASCISTA DEL GOBIERNO DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES DE MAURICO MACRI Y SUS AMIGOS ADEMAS DEL “FINO” PALACIOS, ADEMAS DE CIRO JAMES, AHORA TAMBIEN SE SUMA ABEL POSSE EN EL MINISTERIO DE EDUCACION, CUANTOS MAS HABRA CALLADITOS.

Mauricio Macri eligió al frente de la educación, una persona que dice ser un esquizoide, es decir que tiene una afección psiquiátrica en la cual una persona tiene un patrón vitalicio de indiferencia hacia los demás y de aislamiento social. A demás fue diplomático durante varias dictaduras que sufrió nuestro país lo que lo llevo a representarnos el exterior a nombre de ellos y para realizar esta tarea encomendada de las dictaduras paso 35 años fuera del país. Ahora pide mano dura, pide más represión, pide mas poder para militares y policías.

El dice que un niño que mata a los 14 o 16 años no es mas un niño, es un asesino, pero su hijo mato a los 16 años, con su propia arma, mato su propia vida. ¿No será que un niño cuando mata esta condicionado por el entorno? Quien es mas asesino un niño o un grande que forma una sociedad injusta para que hasta un niño la pueda ver y matar o matarse por eso. ¿De donde salen las armas que manejan los niños? Antes de hablaran de asesinos tendría que analizar su conducta y sus dichos.




Acá se pueden ver algunos de las ideas y dichos de este funcionario de la dictadura.



REVISTA NOTICIAS Nº 1712
Personajes Abel Posse (65)

“Me salvaba yo o no me salvaba nadie”

Escritor y diplomático de carrera, escribió un libro sobre el suicidio de su único hijo, en 1983. Éxito burgués y sociedad enferma.

Por Fernanda Sández

A la tumba de Jim Morrison, en el cementerio parisiense de Père-Lachaise (una suerte de Recoleta desaforada), se llega de un modo bien extraño: siguiendo las indicaciones que miles de visitantes dejan –escritas en birome, en lápices labiales, en lo que sea– en las paredes de las tumbas vecinas. A la tumba clara de Iván Langenheim Posse, el único hijo del escritor Abel Posse y también enterrado en Père-Lachaise, se llega de una manera no menos rara: a través del libro que, 26 años después de su suicidio, su padre se animó a escribir.
A mitad de camino entre el exorcismo, el testimonio y la autoayuda, fue editado por Emecé y se llama “Cuando muere el hijo”. Y precisamente ahí, en todo lo que puede seguir a esa frase inconclusa que abre la puerta a todos los espantos, comenzó para Posse un recorrido del que recién ahora, a 25 años del “episodio más triste de mi vida”, se anima a hablar. La charla con NOTICIAS es en su casa de Recoleta, junto a una ventana que balconea a un jardín romano lleno de plantas y de pájaros, y bajo la mirada bicolor de Tinta, una persa blanca. Algo de lo suave que vive en los gatos hace que hablar de la muerte cueste un poco menos. O casi.“Es una persa exótica. Yo quiero mucho a los gatos. Tratan al hombre pero con distancia. Tienen una afectividad… indirecta”, dice el escritor y diplomático.

Noticias: Después de terminar de leer su libro sentí algo parecido: que usted también tiene “una afectividad indirecta”. Todo el tiempo, por caso, trata de evitar el “escándalo”… Y se le murió un hijo.
Abel Posse: Pero yo hablo no en el sentido del escándalo para mí, sino el escándalo social que no tolera la muerte en Occidente. De cuando uno se encuentra con un amigo y siente vergüenza por él, porque no sabe cómo manejar la situación. Entonces, uno trata de evitarle el problema a la gente. No tenemos un lenguaje para aceptar lo terrible.

Noticias: ¿Y alguien sí?
Posse: Sí: los orientales. Lo que pasa es que al lado de los orientales, somos frívolos. Nosotros consideramos natural el nacimiento, pero la muerte es como una desgracia que nos viene, así sea a los 90 años. No hay tolerancia de la muerte porque para nosotros la muerte no forma parte de la vida, y ese es el problema central de la sociedad occidental judeo cristiana. Entonces nos inventamos cosas. Por ejemplo, que la vida va a seguir, y que va a haber un juicio, y que vamos a reencontrarnos… Pero la verdad de la muerte es que hay que tomarla como el episodio concreto de que vamos a vivir en su realidad. Es un episodio que está en la vida y que puede ocurrir en cualquier momento, y que tendríamos que vivir de otra manera para saber aceptarlo.

Noticias: Si usted y su mujer no hubieran tenido una formación filosófica...
Posse: No hubiéramos podido. La formación previa que teníamos mi mujer y yo fue transformándose en una especie de “auto-ayuda filosófica” para poder soportar. Y soportar es más importante que explicarse las cosas; si usted no soporta el golpazo ese y no comprende que la muerte entra en la vida en cualquier momento (a los 3 años, a los 30 o a los 90), la pasa mal.

Noticias: ¿Por qué nunca llega al punto de quiebre?
Posse: Es mi forma de ser. Yo me defendí en la dureza. Mi padre siempre temió por mi sensibilidad, porque la vida es muy cruel. Pero yo siempre me defendí así, en la dureza. El día que vienen los gendarmes y la ambulancia, a los pocos minutos de lo de Iván, a mi amigo y a mi mujer los inyectan. Yo, en cambio, empiezo a trabajar con los gendarmes. Ese episodio a mí me fortaleció enormemente, porque me dije: “O yo me vuelvo loco en este momento, o aguanto la muerte de mi hijo”. Fue un desafío.

Noticias: Pero una cosa es aguantarla y otra cosa es ir a meterse en la trinchera…
Posse: Yo fui al extremo, sí, a meterme en la trinchera. Tenía ahí la opción de enfrentar la muerte de mi hijo al extremo, hasta lo inenarrable. Para mí, besar la sangre de mi hijo fue un episodio de comunión.

Noticias: Hay quienes vieron en eso una suerte de regodeo, algo innecesario…
Posse: Es que no hay regodeo porque no hay ahí literatura. Este libro es un documento, es existencial. Pero, volviendo al episodio ese de la sangre, fue totalmente subconsciente. Ahí nace el instinto que tenemos resguardado y que, a veces, nos salva más que la razón. A veces pienso: “¿Cómo pude aguantar todo eso?”. Yo sentí que mi hijo se había muerto cuando el párroco me hablaba y nada de lo que me decía me tocaba. Yo estaba ya aislado en lo mío y seguro de algo: me salvaba yo o no me salvaba nadie.

Noticias: Los primeros cristianos hasta tenían unos pequeños frasquitos, los lacrimatorios, donde juntaban sus lágrimas para ofrecérselas a Cristo. Hoy nuestro dolor ya no tiene sentido…
Posse: Bueno, ese es uno de los problemas más graves de Occidente: la pérdida del sentido de las cosas. Porque a través de la religión y de las figuras poéticas o míticas, se crea una visión mucho más completa de la vida o del misterio. En cambio nosotros vivimos lo actual como si no fuera lo que es: un misterio.

Noticias: ¿Por qué le cuesta tanto hablar de la muerte de su hijo en términos personales?
Posse: Es que el ciclo íntimo de él es tan raro... Este chico encontró que venía de un mundo infantil maravilloso, que era el de Venecia, donde estaba protegido en un colegio de monjas, luego llega a París y tiene un sobresalto. Y ahí siente un shock, al ver la modernidad y el futuro que le esperaba.

Noticias: ¿Pero eso es lo que sucedió o lo que usted necesita creer para tolerarlo?
Posse: Bueno, en mí hubo un itinerario. La primera tentación fue la culpa. Pero cuando se trata, como en este caso, de un niño mimado, que va al mejor colegio de Europa, y tiene todo, y tiene cariño…

Noticias: Quizá era un alma extremadamente sensible y necesitaba más amor…
Posse: No, por ese lado no. Podría haber sido de mi parte, en todo caso. Yo era más alejado porque trabajaba mucho y además el escritor es un tipo muy metido en sí mismo, ya de por sí. Para mí, sábados y domingos no eran para ir a jugar a la pelota con él. ¿Me entiende? Ojo, yo tenía una buenísima relación con él. Aquí no hay culpa. Nosotros estamos en un mundo de destinos, de episodios misteriosos. Porque usted tampoco puede dejar de respetar al que opta por esto. Este chico optó por esto porque yo mismo no creo en esto. La sociedad burguesa que creamos es una sociedad que no respetamos. Acá triunfó el mercader. Y la sociedad de mercaderes no puede atraer a un joven. ¿Cómo lo puede atraer a un joven ser ejecutivo de Coca-Cola?

Noticias: Pero usted es todo un señor burgués. ¿La muerte de su hijo no fue acaso una muerte “dedicada”?
Posse: Sí, claro. Yo hice una carrera totalmente exitosa dentro de la sociedad burguesa. Pero me queda el escritor por el otro lado. Yo soy un dividido, soy un esquizoide. Si no, no hubiera podido escribir esto. Un burgués no escribe esto.
El tema es que yo soy un hombre de una sociedad intermedia, y viví con valores que hoy se perdieron. La vida tenía más sentido y era más agradable.

Noticias: Pero ese mundo se terminó. Y si usted le transmitió a su hijo algo de esa nostalgia que siente, tal vez le resultó descorazonador…
Posse: Pero él no lo vio en mí. Lo olió... en el aire, digamos. Él vivió su infancia en ese paraíso terrenal que es Venecia y el choque fue llegar a París, llegar a una sociedad casi perversa. Pero acá en la Argentina es todavía peor: hoy las chicas de 12, 14 años, salen toda la noche. Vuelven a las 9 de la mañana. Es monstruoso que se arriesgue así a un niño. El tema es que acá la gente le tiene miedo al poder, y no se puede organizar una sociedad con debilidad. El poder es fuerza, coraje y decisión.

Noticias: Suena a mano dura.
Posse: ¡Pero si la mano dura ya está en la vida! La sociedad argentina se deshace porque no cree en el poder que tiene para organizarse ella misma. Nos van a matar a flechazos. Esta es una sociedad indigna.

Noticias: ¿Y cuál es una sociedad digna?
Posse: Francia, por ejemplo. Dentro de todos los problemas que tienen, hay una energía de Estado tremenda.

Noticias: ¿Y entonces por qué hay chicos que salen a quemar autos?
Posse: Ese es un problema político. Los que queman autos son adolescentes magrebíes que son franceses ahora. Tiene becas especiales porque por lo general no rinden como un chico francés, y se transforman en terroristas islámicos. Son las reacciones monstruosas que crea una sociedad profundamente enferma. Los argentinos, por nuestra parte, no podemos funcionar porque no tenemos la noción de la organización que se necesita para sobrevivir. Acá se perdió el coraje, la fuerza.

Noticias: ¿No es complicado decir eso aquí, donde no tenemos una gran tradición democrática, precisamente?
Posse: Democrática no, pero libre sí. Acá no hubo un solo compañero de mi generación que estacione bien un auto, y acá nunca vi un chico reprimido por tirar un papel en la calle, como sí lo vi en Suiza. Nuestra sociedad es permisiva sin sentido.
El poder no es dictadura. ¿O acaso usted ante un hijo no ejerce el poder?¿Lo ve tomando paco y no dice nada? Uno, cuando le da un sopapo a un hijo, ¿es dictadura? Hay que darle un sopapo al hijo…

Noticias: En una entrevista, usted dijo que a Iván “le podría haber comprado un Alfa Romeo, pero le compré una tumba en Père-Lachaise”. ¿Cómo pudo decir eso?
Posse: Porque ya pasaron 26 años. La vida pasa. Mi vida pasó antes que la muerte en la que me metió mi hijo, antes que el ámbito de muerte donde me metió él. Mi vida es más fuerte. Si usted vive, sobrevive. Él, seguro, no va a sufrir más. Eso es un alivio. Ahora me toca a mí aguantármela. En esta guerra, el soldado soy yo.
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Criminalidad y cobardía
Abel Posse Para LA NACION
Jueves 10 de diciembre de 2009

El autor entregó esta nota antes de ser designado ministro de Educación de la ciudad de Buenos Aires. En ella, Posse, colaborador habitual de LA NACION, fija su posición sobre temas de seguridad y de uso del espacio público

El ventarrón de criminalidad no cesa. El Gobierno tiene un Indec especializado en demostrar que no aumenta y que más bien está muy por debajo de otros países. Un ministro con inclinación verbosa y metafísica le dijo a la gente que padecíamos una sensación.
Lo cierto es que es el episodio que más nos angustia en este mar de frustraciones.
Los Kirchner hurtaron el tema, desde Cromagnon en adelante. Se deslizaron con indiferencia y prohijaron el vandalismo piquetero, el desborde lumpen, la indisciplina juvenil. Entregaron la calle. Pero ya con el enfrentamiento en la Panamericana por el tema de Kraft, las cosas cambiaron. Ahora, en las protestas vecinales reiteradas ellos están presentes en los insultos.
Los Kirchner lograron demoler el básico esquema constitucional de orden público y de ejercicio de la fuerza exclusiva del Estado para cumplir con la misión esencial de reprimir (que, según la Real Academia, significa "contener, refrenar, templar o moderar".)
Reprimir es obligación del Estado en cuanto "contención en acto del delito inminente". Se enfrenta al delincuente para garantizar la vida del ciudadano con sus libertades (la de circular libremente, por ejemplo) y sus bienes.
Entró, se filtró, o lograron infectar con un virus ideológico la garantía elemental de seguridad. Impusieron la visión trotskoleninista de demoler las instituciones militares y la policía, como vengándose de los años setenta, cuando una minoría se alzó contra el Estado para imponer una revolución socialguevarista, ajena y aislada ante la inmensa mayoría, empezando por el mismo Perón, los sindicatos y los partidos tradicionales. Sin embargo, con persistencia gramsciana, los guerrilleros que rodean a los K ?aunque ya estaban generosamente indemnizados por sus derrotas de los 70? lograron afirmar la tarea de demoler a las Fuerzas Armadas, lograr que los policías se sientan más amenazados e inhibidos en la tarea represiva que los delincuentes en su agresión y que la Justicia se ausente en este momento de crisis, sin reaccionar con urgencia ante la criminalidad reincidente y concediendo excarcelaciones a una gran cantidad de menores, incluso en casos de asesinato o uso de armas. Algunos miembros de la Corte deben creer que son niños equivocados y con animus iocandi. El Poder Judicial parece refugiado y silencioso, pese a la tormenta con la que la mala política del Poder Ejecutivo arrasa con los principios básicos del derecho. En estos años, el olvido constitucional nos lleva a la anarquía. El Estado es un instrumento para conservar el poder K. La sociedad tiene la sensación de habitar un país invivible, con una corrupción que nos ubica más bien por debajo de los cien países más corruptos del planeta. Los K nos llevaron tan lejos que ya nadie quiere hablar con claridad y coraje del camino de retorno indispensable que la Argentina tendrá que transitar, tarde o temprano.Muchos "garantistas" pagaron su lujo humanista con los cadáveres humanísimos de ciudadanos honestos acribillados delante mismo de sus hijos o padres, mujeres violadas y decenas de policías que mueren sin afecto oficial ni el respeto debido a su profesión imprescindible y peligrosa. Es curioso que, en la desnaturalización idiomática que viven los argentinos, los mismos dirigentes de la oposición hablen a media lengua y se fuguen hacia la prevención educativa, la recuperación del joven delincuente y la inclusión social. Son escamoteadores del tema, que se refugian en la indispensable acción recuperatoria, rehuyendo la batalla central. Mientras ellos quedan bien con la sociología indiscutible y omiten hablar de armas y medios de acción inmediato, todos los días nos revuelve y convulsiona la noticia del comerciante, padre, estudiante, baleado a mansalva por el asesino-joven (no el niño-asesino, porque cuando se asesina disparando sobre alguien indefenso, a los 14 o 16 años, no hay niño que valga, la entidad "asesino" prevalece sobre la edad biológica). Tal el caso del joven estudiante de Tigre que muere con un balazo en la cara en brazos de su desolada madre. ¿Cómo la Presidenta no tomó inmediatamente su helicóptero hacia esa madre para llevar consuelo y compromiso? Hoy el vandalismo, el piqueterismo politizado y la protesta de tantos desamparados se derraman por las calles con su perfil agresivo. El oficialismo culpable y la mayoría de susurrantes opositores no estuvieron a la altura de la batalla que exige el orden público en un país crispado y conflictivo, donde nunca existió una cultura de respeto ciudadano.El Gobierno empieza a padecer lo que sembró. Tal vez, al ex presidente Néstor Kirchner le espera el destino cómico de ser en sus finales políticos el restaurador de las leyes y del orden? La policía sale a la calle mal equipada. En algunas esquinas del conurbano, hay autos policiales estacionados sin agentes en su interior, como espantapájaros irrisorios. No tienen armamento ni la convicción de ser el brazo armado del Estado, como lo siente cualquier policía del mundo, desde Pekín hasta Nueva York. El oficial del grupo Halcón que murió con un balazo en la cara sabía que el delincuente que trataban de detener estaba armado. En efecto, éste se resistió. La policía no actuó con todo su poder y pagó con la muerte de un jefe. Este es apenas un ejemplo de esa inhibición previa que le impide actuar como toda policía en su tarea normal y ancestral. El gatillo fácil lo tienen en nuestro país los delincuentes. La recuperación social y moral del delincuente es en todas partes (salvo en la Argentina) un episodio posterior al de desactivar su peligrosidad con la energía suficiente para que el representante del Estado y los ciudadanos o bienes amenazados no corran riesgos. La Argentina piensa mal. En muchos campos, vamos contra la experiencia y el buen sentido. Es el país que llega a la indefensión nacional para castigar a un ejército por hechos de hace cuatro décadas. Es el país que indemniza subrepticiamente a quienes participaron de un alzamiento contra el orden democrático. El mismo partido que ordenó aniquilar ese alzamiento siguiendo el pensamiento de defensa del Estado del propio Perón es el que ordenó indemnizar y exculpar a los subversivos. Muchos argentinos ?sobre todo, jóvenes que no vivieron los hechos? recibieron una versión torcida. Por ese camino empiezan a creer que el orden es umbral de fascismo y la anarquía, saludable expresión de libertad. No imaginan que democracia implica un riguroso orden. Sin orden como primer valor, la democracia naufraga inexorablemente. Sea democracia socialista u organización liberal de la comunidad. Hace tiempo que la Argentina se arriesga a vivir más cerca del surrealismo que de la realidad. ¿Será una diversión gratuita o se pagará muy caro, en la medida en que el sector más humilde es el más golpeado por el irrealismo sentimental de los asesinos derrotados? ¿Qué hacer? ¿Qué cantidad de poder tendrá que tener el futuro gobierno democrático después de la demolición institucional de los K y la anarquización, desjerarquización e indisciplina que van de la misma familia al colegio, a la universidad, y que cubre tantos aspectos de la vida comunitaria?


Entre la resignación y el miedo
Por Abel Posse Para LA NACION Lunes 3 de noviembre de 2008
Somos el país de las indefiniciones, aun en tiempo de crisis. La llamada oposición languidece ante el descaro de Kirchner y sus agentes en el poder. La intimidación paga. El pacto de resignación nos transforma en un país de inertes espectadores de la propia ruina. "Vamos cantando al suplicio", como escribió Rimbaud.
Todos registramos en una especie de archivo universal de la infamia el asesinato de Barrenechea, la excarcelación judicial del asesino de 17 años, la apropiación de los fondos de las AFJP, la proliferación de los narcos y de la droga infantil. Niños drogados que matan padres de familia. Todo lo registramos minuciosamente, día tras día, como los eunucos chinos del Celeste Imperio.
Todo se acepta; todo se olvida a los tres días: el ingeniero Barrenechea desangrándose ante sus hijos; el aportante confiscado que creía en el futuro de una jubilación seria; el derrumbe de la Bolsa. Todo se asimila; nada lleva al grito y a la movilización de la inmensa mayoría, que actúa como víctima vejada cotidianamente por una minoría victimaria que se ha adueñado del poder y que tiene más ineptitud que resentimiento.
La ciudadanía porteña no se convoca para acompañar a Mauricio Macri, su elegido, para gritar ese vaciamiento de poder a que es sometido el principal núcleo político-económico de la Argentina. La ciudad de Buenos Aires tiene menos autonomía que cualquier provincia de las más pobres. Hasta ahora, le faltó policía para enfrentar el vandalismo armado.
Tampoco logra Elisa Carrió abandonar su admirable metafísica, que la lleva más a la estética y a la recomendación ética que a la praxis, tan urgente en tiempo de disolución nacional. Ni Duhalde se decide a decir: "Yo manejé la otra crisis y me siento capacitado para proponerme para estar al frente de la gran convergencia republicana que necesitamos".
Y Hermes Binner, Felipe Solá, Juan Carlos Romero, Ramón Puerta, Roberto Lavagna, los Rodríguez Saá, Margarita Stolbizer, Julio Cobos, Ricardo López Murphy. Todos siguen bailando con sus propias sombras: sombras prestigiosas, pero solipsistas.
No saben empedrar esa vereda de enfrente que espera angustiosamente la mayoría de los argentinos en esta hora de miedo y perplejidad ante un gobierno que prefiere el lumpen al pueblo trabajador y demuele la economía (la agraria y ahora la industrial, con la confiscación de los fondos de las AFJP).
Es como la anarquía prerrevolucionaria de Rusia en 1905, aprovechada por Lenin para su comunismo trágico. Pero aquí es la anarquía sin revolución. Como quien dice, guiso de liebre, pero sin liebre. (Kirchner se escribe con K de Kerenski?)
Esa llamada oposición se debe concentrar en programa y liderazgo. Estamos en tsunami nacional y mundial. Deben concentrarse en alguno o algunos de ellos, más allá de hipócritas partidismos, y promover acciones y soluciones. O tienen que dar paso y apoyar a quien tenga claridad, coraje y pueda reunir la fuerza necesaria. Se requiere ahora concentrar la voluntad nacional para enfrentar tanta anarquía e indisciplina como existen. Desde la escuela hasta el vandalismo de un país que carece del elemental orden público constitucional.
Por eso, en este silencio de fangal resonó como un ladrillazo en la noche la voz de ese vicepresidente (un "hombre sin cualidades" como escribiría Musil) que tuvo el coraje de decir su verdad a favor de la masiva realidad popular de la protesta agraria.
Una voz en el desierto de resignación. Y, poco después, otra verdad que resuena como pedrada contra cristal en el ominoso silencio de un pueblo mayoritario que no sabe exigir lo que siente. Esta vez, de parte del secretario general de la CGT, Hugo Moyano: "Los asesinatos de José Ignacio Rucci y de tantos otros también son delitos de lesa humanidad".
Esta frase de verdad y coraje saca del olvido a centenares de inocentes sin sepultura jurídica. Centenares que quedaron sumergidos por esa especie de zona penal liberada surgida de la razón trotskista, ignominioso derecho de asesinato: de protagonistas, de símbolos (como Rucci) o de inocentes absolutos, como la hijita del capitán Humberto Viola, o las empleadas y vigilantes que murieron en la atroz masacre en el comedor de Seguridad Federal (2 de julio de 1976).
Muertos no registrados judicialmente. Como si les hubieran robado las sepulturas. Son cientos de empresarios, vigilantes, sindicalistas, niños que iban de la mano de sus padres. Un ejército de muertos sin prestigio trotskista. Simple materia para la acumulación de "muerte revolucionaria". Asesinatos fungibles, impersonales.
La palabra firme de Hugo Moyano, que reclama por Rucci, resuena en todos los espacios, como la de Cobos aquella madrugada. Trepa por las escalinatas solemnes de Tribunales y retumba en la caoba noble y funeraria de los jueces supremos, camaristas, fiscales que con su silencio permitieron que la "lógica de la muerte revolucionaria" se extendiera en la Argentina.
Se trata de la "zona liberada" judicial (y hasta moral) de nuestra justicia entre cobarde y tuerta, pero que jamás lleva los ojos vendados, como debería...
La bomba de Seguridad Federal: 16 muertos, 65 heridos, 12 ciegos y mutilados de por vida.
¿Alguien osaría afirmar que esos asesinatos fueron justicia? ¿Quién reclama por esos ciegos y baldados olvidados, silenciados desde ya tres décadas?
Es el Poder Judicial el que registró estas cifras del otro lado de la barbarie: 22.000 hechos subversivos entre 1969 y 1979, 5215 atentados con explosivos, 1311 robos de armamentos, 1748 secuestros de personas, 1501 asesinatos de empresarios, funcionarios, políticos, periodistas, militares, policías, niños, ancianos, etc.
Rodolfo Galimberti, el más dostoyevskiano, perverso y lúcido del bando trotskista dijo: "Hubo un día que matamos 19 vigilantes".
Vigilantes anónimos, que murieron por representación, más allá de culpa o combate. Muertos sin sepultura, escribiría Sartre. ¿No hay fiscal que pregunte y se honre? ¿Nada tienen que gritar los equilibrados jueces de la Corte ante la demolición jurídica de la Argentina?
Y no se trata de ir en busca de la otra parte de nuestra "moribundia". Se trata de restaurar el indispensable equilibrio y llegar al Bicentenario con una respuesta de grandeza, de concordia, de reunión de los vivos en una gran amnistía, dejando atrás la querella de muertos que está ocupando nuestro espacio real. Punto de partida previo e indispensable.
La Argentina va en carreta hacia la catástrofe. Es inexplicable: la miramos desbarrancarse en todos los ámbitos (institucional, moral, educativo, económico, internacional) con esa pasividad, con esos ojos inertes de las vacas que miran desde el alambrado pasar los camiones por la ruta.
Entre las democracias bobas y las perversas, el país se disuelve. Misteriosamente sometidos, no sabemos salir del secuestro de ineptitud y autoritarismo, pese a la voluntad de vida y creatividad de un pueblo perplejo que ya no atina a superar los escombros de sus instituciones demolidas y vivir en verdadero diálogo democrático.
Mientras tanto, entre la inédita crisis mundial y el Gran Asalto local, con tremendas consecuencias para la empresa y el sector trabajador, nos aproximamos a una anarquía que podría desbordarse en vandalismo (del espontáneo y del conducido). Pasaríamos de la palabra "seguridad", que todavía empleamos elegantemente, a "sedición", "saqueos" y la constitucional "conmoción interior". (Ojalá no tengamos que pasar de nuestro malvivir al verbo "sobrevivir".) Estamos confiados con ingenuidad de pueblo venusino, maternal y fraternal, con sus policías inhibidos por el Gobierno, que debería respetarlos, y con un ejército diezmado en su presencia y poder, objeto enconado de una venganza que ya no tiene nada que ver con "castigo a represores", sino con demolición de nuestro sistema y del Estado. Los asesinos y asaltantes drogados tienen armas operativas. Los policías, en esta Argentina al revés, las tienen sólo decorativas. Han creado tal corruptela que el policía tiene más temor de defender que el delincuente de actuar. La calle es usada por grupos ideologizados desde hace años como campo de ejercicio de violencia urbana. Hasta andan de capucha y garrote ante el Estado lelo.
La mayoría de los argentinos, esa silenciosa grey de humillados y ofendidos por la indignidad cotidiana, necesita una gran convocatoria, un fulgor del coraje con que se construyó este gran país.
Todos, en todos los sectores, debemos movilizarnos y obligar al Gobierno y a los políticos a dejar de danzar con sus sombras y afrontar la realidad trágica de un país paralizado por la incapacidad activa.
El autor es escritor y diplomático.
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Publicado en edición impresa

Leila Guerriero LA NACION
Es una tarde de septiembre. El hombre camina decidido, sonriente. Avanza entre los escritorios de la redacción de un diario, apoya algunos papeles sobre una mesa, se sienta y dice que acaba de escribir un libro raro. –Una cosa rara. Una cosa, dice, en la que se mezclan un viaje por Grecia, otro por Israel, unas cuantas reflexiones sobre la muerte y, como quien expone una idea con la que ha logrado antes llamar la atención, cuenta la historia de Abraham, aquel que, a pedido de su Señor, ofreció a su hijo Isaac en sacrificio, y cuya mano fue detenida un segundo antes de descargar el puñal. –Pero –dice el hombre– no sirve de nada, porque Isaac ya ha visto el brazo de su padre levantando el puñal, dispuesto a matarlo. El hombre sonríe, después se va. Al día siguiente, en el teléfono, dice que cree que aquí, en su país, lo conocen más como articulista de La Nacion que como escritor. –Pero venga mañana a casa, así hablamos de mi nueva novela. Cada vez que Abel Posse –argentino, diplomático, escritor– habla de su nuevo libro, Cuando muere el hijo. Una crónica real, editado por Emecé, lo llama así: su nueva novela. El currículum de Abel Posse empieza por donde empiezan todos: citando día y lugar de nacimiento. Córdoba, Argentina, 7 de enero de 1934. Continúa detallando profesiones: abogado por la UBA, doctorado en la Universidad de la Sorbona, ingresado en el Servicio exterior en 1965. Luego, sus destinos diplomáticos: Moscú, Lima, Venecia, París, Israel, las embajadas de Checoslovaquia, Perú, Dinamarca, París y España. Al término de esas enumeraciones laborales dice: "Casado con Sabine Wiebke Langenheim. Hijo, Iván, fallecido". Inmediatamente después, el currículum pasa a enumerar las condecoraciones, los doctorados, las órdenes del mérito. * * * Ella, al principio, se preocupó. Porque cómo él iba a hacer eso, a escribir algo tan privado. Después de todos estos años, además, en los que los dos se habían habituado a decir: "Un hijo. Sí. Un accidente". No lo que sucedió, sino otra cosa. Un accidente: una construcción civilizada. * * * Coronando el escritorio de Abel Posse -en el departamento que siempre fue su pied à terre, pero que, desde que regresó al país en 2004 después de jubilarse como embajador, se transformó en su casa- hay un cuadro en el que una mujer sostiene un libro abierto. El libro es La pasión según Eva , y lo firma Abel Posse. El estudio está rodeado por una biblioteca que va de piso a techo, y que arrastró por los 15 países en los que vivió durante los 35 años que permaneció en el exterior como diplomático argentino bajo gobiernos diversos, que incluyeron la dictadura militar. -Mi primer destino fue Moscú, recién casado con Sabine. En Moscú nació mi hijo. Y nunca dejé de escribir, como vocación y como centro de mi vida. -En Moscú nació... -Iván. Nació en 1967. Para mí no había destino más exótico que Moscú. Fue el último comunismo duro, de imperio... Hablará de sus primeras publicaciones en el diario El Mundo , de su amistad con Nalé Roxlo, de la decadencia de la literatura argentina y universal, de la decadencia política argentina y universal y volverá, después, a Moscú, a 1967, al año en que nació Iván. -Para mí había dos patrias. Los libros y el hijo. * * * Desde 1966 y hasta 1969, Abel Posse y su familia permanecieron en Moscú. Después de un paso breve por Lima, la familia desembarcó en Venecia, donde él se dedicó a ser cónsul y a escribir Daimon y Los perros del paraíso , galardonada con el Premio Rómulo Gallegos. En 1981 fue trasladado a París, donde vivió en el 25 de la calle Saint Louis à l Ílle. Allí fue donde, el 9 de enero de 1983, Iván buscó el Colt calibre 38 de su padre, regresó a su cuarto, se sentó frente a su escritorio y se pegó un tiro. * * * En algunos estantes de la biblioteca de Abel Posse hay papeles con frases escritas a mano: de Rilke -"Adelántate a la despedida"- y suyas: "De alguna manera he vivido la muerte de mi hijo más que su vida. Más su ausencia que su vida". -Esa frase no la puse en la novela. Novela, dice. -Nadie sabía cómo había sido la muerte de Iván. Mi madre, mis amigos no saben. Mi hermana supo que se había suicidado, pero no los detalles. Nunca dijimos: "Se mató, y dejó una carta, y yo junté la sangre y la tiré en el piletón de la cocina. * * * El 9 de enero de 1983 era domingo y Abel Posse, su mujer y un amigo partieron al mercado de las pulgas mientras Iván dormía. Compraron un bastón que Posse quería regalarle al editor Carlos Barral que estaba imprimiendo Los perros del paraíso en Barcelona. Ya de regreso, llamaron a Iván desde las escaleras, pero no hubo respuesta. Posse subió a ver qué sucedía."Subí hacia su cuarto en la planta alta. Iván estaba como reposando, en su sillón ante el escritorio (...), la cabeza echada hacia atrás como si estuviese dormido. El brazo izquierdo doblado sobre el pecho. El derecho, lacio, abandonado a lo largo del lateral del sillón. El meñique de la mano laxa concentraba el lento goteo de la última sangre que bajaba desde el cuello y se agregaba al gran charco escarlata." En una mesa hay varios libros. Uno, de Abel Posse: vertical entre objetos relucientes. En las paredes hay fotos de escritores y filósofos: el mismo Posse, Borges, Heidegger, Sabato. -Era cosa juzgada que yo no iba a escribir nunca sobre la muerte de Iván. Carmen Balcells, mi agente, que por cierto yo fui el primer autor argentino que tuvo Carmen, me dijo en aquel momento: "Vas a tener que escribir sobre esto". Y yo le dije que no. Pero este año estaba escribiendo una novela sobre los 70, donde estoy yo como protagonista, y llegué al momento de la muerte de Iván. Y me di cuenta de que algo gravísimo me frenaba la novela. Así que en cuatro o cinco meses escribí esto. Y tuve un éxito enorme. -¿Exito? -A los lectores profesionales y a Carmen misma les gustó mucho. Porque no hay literatura. Es una narración honestísima. * * * "(...) deslicé la pala de plástico y empujé la vida todavía fresca de Iván con el escobillón de mano. Así fui descargando pala tras pala en el balde de la limpieza de todos los días (...) Levanté el balde desde el borde para removerlo, como se puede hacer con una copa de cristal con un vino noble, e involuntariamente me mojé el índice y el anular. (...) Seguí un impulso extremo y me llevé los dedos a la boca. Sentí el leve gusto salado de la sangre. Aquello era un beso a lo último vivo, lo más centralmente vivo de mi hijo", escribe Posse. -Mire, acá le preparé unas fotos. Iván, un niño rubio de dientes separados, en Arabia. Iván, vestido de gaucho en el carnaval de Venecia. -Y ésa es de cuando fui a presentar Los p erros del paraíso en París, en 1986. Ese es Sabato, en nuestra casa en París. Y ése soy yo en la casa de Heidegger. Y ahí con Borges, en la casa de Venecia. Eso es cuando gané el premio Rómulo Gallegos, con el presidente de Venezuela.. En el libro se pregunta: "Cómo no supe acompañarte? ¿Cómo no supe compartir tu depresión evidente? (...) Ceguera y comodidad (...). Esa indiferencia defensiva en la que los escritores se van transformando en seres despreciables". -Lo desatendí. Lo único que hacíamos juntos era ir a jugar al tenis una vez por semana. No advertí nada de todas las cosas terribles que él vivía. Porque si el libro comienza con el tiro de Iván, y sigue con Posse abriendo la heladera y encontrando la hilera de cinco yogures que el hijo ya no tomará; leyendo la esquela de despedida ("Muero satisfecho. Con el recuerdo de una madre que me quiso como nadie en el mundo (le aconsejo que tenga otro hijo) y un padre que me quiso mucho e intentó corregirme de mis defectos. Adiós"), lo que sigue es el descubrimiento de que el hijo era un extraño. Alguien que había querido quemar su colegio, que había comprado un cuchillo para matar a un compañero inglés. * * * Sabine sabía algunas cosas: que Iván tenía problemas de carácter. Que no era el niño dulce que había llegado a París desde Venecia. Que, ofendido por compañeros ingleses que se burlaban de él tras la Guerra de Malvinas, había comprado un cuchillo y planeado matar a uno de ellos. Que había intentado incendiar el colegio arrojando querosén por debajo de la puerta, sólo para descubrir, a la hora de encender el fuego, que el mechero se había quedado sin carga. -Resultó ser una personalidad más fuerte que la mía. El hizo más que yo. Si hacer es hacer cualquier cosa, pero grande, para el bien o para el mal, fundar el colegio o quemarlo, él hizo más. De a poco, en los días que siguieron a su muerte, Abel Posse y Sabine descubrieron cuadernos en los que Iván escribía cosas como "(...) tengo que escapar, tal vez a Perú, ahogarme en cocaína, enrolarme en Sendero Luminoso, morir a los treinta años dejando detrás de mí una vida intensa, brillante, contestataria y violenta que valga por mil vidas comunes". Minutos antes de morir escribió una carta en la que se quejaba de no haber encontrado coraje para arrojarse bajo el metro: "Es ya el 9 y todavía no pude dármela (...) Entonces cambié de idea y decidí matarme de un balazo en la cabeza". -Dijo que tenía miedo de que entraran ladrones, que le mostrara dónde estaba mi revólver. Yo me negaba, pero me engañó y le mostré. Quiere decir que es casi demoníaco, ¿no? Engañar al padre. El día de mi cumpleaños es el 7 de enero, dos días antes de su suicidio. Y de regalo de cumpleaños me da una novela que se llama P 38 , que dice: "Para mi querido papá, no sé qué". P 38 es la pistola que usaban las Brigadas Rojas. Y yo tenía un Colt 38. El alma humana es terrible. Lo fascinante no es que sea mi hijo, el dolor mío, todo eso es real. Lo que es increíble es el alma humana. Yo creo que él salió de ese ambiente protegido de Venecia, y llegó a París, donde tomaba el tren de las siete de la mañana, y vio esa población desganada del tren, esa esclavitud del trabajo, el tedio. Supo leer con una precocidad grave el lenguaje de una sociedad decadente. Murió como un rebelde absoluto. Le daba lo mismo Stalin que Hitler. Cualquiera que mate gente le iba bien. Quería acabar con Occidente. -Usted llevaba una vida muy burguesa. -No me acusaba de eso, porque él no vio un burgués, vio un artista medio raro. Pero escuchó muchas cosas mías sobre la sociedad occidental. Yo soy muy nietszcheano, y ahí asumo toda la responsabilidad. Pero no me sentí culpable, sino ofendido. Si se mata un chico de la guerra, o un chico golpeado, uno puede pensar que hay culpa. En la sociedad, en los padres. Pero esto era la muerte de un príncipe. Uno se siente el hijo de su hijo, que encontró el coraje, la decisión, el sentido del fin, la independencia total. Mire estas fotos. Las fotos: Posse vestido de sport en el cementerio parisiense de Père Lachaise, frente a la tumba de su hijo. -La lápida la hizo Pablo Reinoso, que ahora está exponiendo en el Malba. * * * Si la primera parte del libro consiste en narrar la muerte del hijo, en el descubrimiento del hijo como extraño, en reflexiones épicas acerca del suicidio ("Mi amigo Cioran (...) anotó en su tractat sobre el tema que el suicidio puede ser más una tentación que un acto de voluntad. (...) Es llegar al nirvana por asalto, con violencia, dice Cioran"), la segunda parte consiste en el viaje que Posse y su mujer emprendieron hacia su próximo destino diplomático, Israel, y en cómo ese viaje los puso otra vez en el mundo de los vivos. -Pasamos por Atenas. Hubo una frase de Anaximandro que nos sirvió mucho, que dice que todo lo que surge tiene que ser destruido. En Occidente no tenemos un pensamiento que integre la muerte como un hecho natural. De alguna manera mi libro es un libro de autoayuda para murientes y desolados. Porque si encontré apoyo fue en la poética y el pensamiento filosófico. La religión me dio poco. Pero soy una persona feliz. No llevo esto como una disminución, no soy un ser baldado por un episodio terrible. -¿Y le sirvió para algo escribir este libro? -No. No agregó mucho. No varié por haber escrito el libro. No hubo emoción al escribirlo porque son cosas que están tan integradas que cualquier pregunta que me haga sobre este tema no me la hace a mí, se la hace a esto que tengo metido dentro. -¿No es ambiguo estar haciendo promoción de este libro? -Sí. Mucha gente puede decir, legítimamente, cómo este tipo puede escribir esto, tan íntimo, en un libro que cuesta cuarenta y dos pesos. -¿Y? -Y, es legítimo para el que se lo pregunta. Yo no puedo hacer nada. -Nunca tuvieron otro hijo. -No. Una vez fuimos a ver a un médico para ver qué sugería él. Y nos tocó un idiota. El tipo era un norteamericano de estos que van con la revista de golf bajo el brazo. Dos sudacas, dos diplomáticos aburridos, habrá pensado. Y nos mira y nos dice: "Lo que vamos a hacer es un buen análisis de próstata". Ja. Como si nosotros fuéramos dos caballos anotándonos en una carrera de cuadreras. Historias anteriores

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